miércoles, 26 de junio de 2013

Carta a la seño Vero


Querida seño Vero:
Se acabó el curso, primer año de mi acaparadordetiempo en el cole y no puedo estar más contenta de cómo ha transcurrido todo. El acaparadordetiempo entró en septiembre andando, pero despacito y agarrándose a todo, y sale ahora en junio corriendo, fiel metáfora de lo que ha significado para él el cole: una carrera hacia el aprendizaje y la diversión. No ha habido ningún mal día, ningún berrinche al dejarlo allí, y esto se debe claramente a la gran labor que hacen las seños por crear desde el primer momento un ambiente tranquilo, alegre y de confianza para los niños. Mi pequeño acaparadordetiempo es un ser sociable y risueño, eso también ayuda, pero hoy quiero reconocer el trabajo de las maestras porque he experimentado cada día la tranquilidad de saber que dejaba a mi niño en buenas manos.
Las maestras son esas personas que quieren a nuestros hijos desde el principio, sin conocerlos, que les aguantan los llantos cuando quieren estar con mamá inventando mil historias para distraer su atención, que nos ayudan a educarlos y que les abren las puertas al conocimiento, que les dedican parte de su tiempo libre preparándoles disfraces, juegos o actividades.
Nunca entenderé a las personas que creen que no es buena idea llevar a un niño a la guardería. ¿De qué creen que los protegen? ¿De infecciones? Mi acaparadordetiempo, como el resto de niños, ha cogido este año varias gastroenteritis, bronquitis, otitis y alguna que otra -itis más; si hubiera estado en casa probablemente no las habría cogido (o al menos no tantas), pero tampoco habría conocido a su seño Vero y a las otras seños del cole, ni a Rodrigo, Bosco, Alicia, Carmen, Gonzalo, Lola, Manu, Andrés, Miguel... No habría aprendido que es más divertido jugar con otros niños, no sabría lo que es la alegría de tener amigos y reencontrarse con ellos después del fin de semana, ni la satisfacción de completar una ficha o la cara de emoción de papá cuando recibió su regalito del día del padre. Habría aprendido cuál es el rojo y el amarillo igualmente, y qué objeto es más pequeño o más grande, pero aprender y crecer rodeado de otros niños es mucho más productivo y enriquecedor.
Gracias seño Vero por enseñarle tanto a mi acaparadordetiempo, por ayudarme a hacerle comprender que no se pega, por aguantarle sus cabreos y cabezonerías, por darle la mano en cada tropezón, por hacerle crecer en su autonomía y confianza en sí mismo y en los demás y por hacer que yo me fuera al trabajo absolutamente tranquila sabiendo que mi hijo estaba feliz contigo. Él es pequeño y difícilmente se acordará cuando sea mayor de su seño Vero, pero yo le diré que fue una chica con una sonrisa preciosa que le enseñó la canción de Pío y la de cumpleaños feliz, que le riñó cuando se portó mal, que le dio besos y abrazos cuando se caía o cuando se ponía triste, que le enseñó a pintar con los dedos, a lavarse las manos, los colores, los tamaños…que fue, en definitiva, su primera maestra.
Y gracias por extensión a todas las seños del cole y a mis amigas maestras. La educación de los primeros años es crucial en la vida de los niños y se necesitan buenos profesionales y buenas personas como vosotras. Gracias.

jueves, 13 de junio de 2013

Antonio



El pasado 25 de febrero llegué al trabajo con un nudo en la garganta terrible que solo fui capaz de desatar sentándome a escribir. Y esto fue lo que salió. Que lo ponga aquí hoy se debe a que hoy es San Antonio...

Son las 9:30 y hace 8 grados, con un airecillo frío que te hiela las manos y la cara, y acabo de conocer a Antonio. La semana pasada coincidí con él en la cola del súper; yo solo fui a por el pan…él también, bueno, él también compró un poco de chóped. Y mientras otro cliente armaba un lío enorme porque no sé quién le había hablado mal él le decía bajito a la cajera que eso no eran problemas, que problema era no tener trabajo. Tenía acento extranjero, pero no muy fuerte. 

Hoy iba yo caminando al trabajo, con la nariz metida en la bufanda, y él estaba donde siempre, en la Calle Asunción, sentado, serio, callado, con su radio. He sentido la necesidad de hablar con él, de preguntarle si con este frío había desayunado algo y me ha dicho que un café. Y de ahí a empezar a hablarme sin parar… Creo que yo solo he dicho un par de palabras más. 

Antonio es portugués, de unos 50 años, y lleva desde el año 87 en España. Ha trabajado de mil cosas: pintor, pastor, pinche de cocina, en el campo… Y ahora está en la calle porque nunca nadie le hizo un contrato y no tiene derecho a ninguna ayuda. Trabajó durante años cuidando ovejas y con la eterna promesa de un contrato que nunca llegó. Su única familia son sus padres y viven en una residencia en Portugal. Y él se ha visto en la calle, durmiendo entre cartones que no pone hasta que la calle se queda desierta y que recoge tempranito por la mañana. Jamás le he visto con un cartón de vino y tiene un aspecto relativamente bueno para estar viviendo en la calle. Pasa el día sentado en la puerta de lo que antes era una tienda de muebles con un cartel que dice “hoy por mí, mañana por ti”. Y mientras me decía que no le deseaba a nadie pasar por lo que está pasando, que trabajaría gratis a cambio de una habitación y comida, que él es honrado y trabajador, que es muy duro estar en la calle, se le saltaban las lágrimas… y a mí también, por él, por esa persona tan querida a la que vi en una situación parecida, por este mundo tan injusto, por no ser capaz de renunciar a tener la despensa a rebosar y ayudarle de verdad. 

Antonio, gracias por sacudirme la conciencia. Hay que buscar soluciones. Hoy por ti.

...Y ¿qué más da que hoy sea San Antonio? Dudo mucho que signifique algo para él, dudo que alguien lo felicite, yo misma acabo de verlo sentado donde siempre y no le he dicho nada. Él no me mira, no creo que se acuerde de aquella conversación ni mucho menos de mí. Para él solo fue hablar de su vida durante 5 minutos, para mí fue mucho más.

¿Por qué escribo?


Desde muy pequeñita mi gran afición ha sido escribir. Me gustaba escribir cuentos, poesía, lo que había hecho ese día, cualquier cosa. Tengo guardado el original de mi primera poesía que escribí con 7 años (a la Giralda, muy sevillana yo), otra con 9 que hablaba de un romance entre el sol y la luna (ays, qué romántica era), cuentos en los que la naturaleza perdía el color porque los niños no la cuidaban (aquí la vena ecologista) o en el que una jirafa conseguía correr más rápido que un avestruz (este creo que es de psicólogo por mi complejo de larguirucha en la adolescencia). También guardo textos absurdos que escribía a máquina cuando acompañaba a mi madre a su trabajo por las tardes. Allí, escribiendo cosas como “hoy estoy en la Escuela con mamá porque tenía que trabajar y he venido con ella”, aprendí mecanografía con una Olivetti hincando constantemente los dedos entre tecla y tecla y separando cada dos por tres el montón de letras que se me apegotonaba clavado contra el papel que decía “erkgysjhdkfb”. 

Entonces escribir era un entretenimiento. Cuando llegué a esa adolescencia de jirafucha escribir se convirtió en un desahogo. Escribía diarios y mucha, mucha poesía “mu sentía” de amores imposibles y terribles penas de corazón partío (también hubo algunas de gran primer amor correspondido). Ahí había comenzado la escritura como terapia. Después me entró el ramalazo periodístico y me metí en la revista del Colegio “ESO mismo” (sí, soy muy joven, me pilló la LOGSE :). Vinieron entonces las entrevistas, los “artículos” de opinión y, cómo no, “mi rincón de la poesía” (la cursilería no la he perdido nunca). Me creía yo muy profunda y escribía sin parar sobre noticias que salían en la “tele”, criticando a todos por hacerlo tan mal y soñando con que otro mundo era posible. Por ese tiempo yo quería ser periodista… se veía venir, ¿no?

Pero entonces me tocó enfrentarme a la muerte por primera vez. Perder a mi güeli fue lo más doloroso que había sentido hasta entonces, y eso cambió mi forma de escribir. Empecé a escribirle a ella, para que no se perdiera nada de lo que iba pasando por aquí. Escribir fue desde entonces una terapia, pero también una forma de conexión con quien ya no iba a volver a ver. Cinco años después volví a enfrentarme a ese dolor, pero multiplicado, y cambié de destinatario, empecé a escribirle a mi padre. Y así fue durante unos años, hasta que acabó la terapia y ya no fue necesario escribir para sentirme conectada a él. 

Y pasaron entonces los años de la carrera, máster, DEA… donde con escribir todos los trabajos tenía más que suficiente. Eran años de escribir para mí, para mi propio beneficio, para aprender, para sacar buena nota, para tener un título. Hasta que hace ya algo más de dos años empezó a existir una nueva vida que me hizo desdoblarme física y espiritualmente. Cuando intuía que Pablo ya existía empecé a escribirle. Fue un día en un AVE de Sevilla a Madrid a las 7 de la mañana. Las cosas habían cambiado, ya no le escribía a alguien que se había ido sino a alguien que iba a venir. Le contaba todo: sus medidas, su peso, mis miedos, mis ilusiones, todo lo que iba sintiendo, todo lo que íbamos organizando para recibirle. Y así estuve nueve meses, hasta el 5 de octubre de 2011, exactamente diez años después de empezar a escribirle al que se fue dejé de escribirle al que iba a venir. En la madrugada del 6 de octubre mi vida dejó de ser la que yo tenía organizada (cuadriculada dirían algunos) y comenzó mi nueva vida, esa en la que el desdoblamiento se hace externo pero no se separa de ti, esa en la que tú no mandas nada, esa que gira en torno a ese pequeño y maravilloso acaparadordetiempo capaz de acabar con las reservas de energía de todo el país. 

En fin, 20 meses después de aquello he conseguido retomar la escritura, que vuelve a ser terapéutica, pero esta vez en positivo porque ahora consiste simplemente en disfrutar de esteratitopamí. Y como yo siempre he pensado que la escritura debe ser algo íntimo y al mismo tiempo compartido (excepto las poesías adolescentes de amores y desamores), aquí tenéis mi rincón en el que estaré encantada de veros entrar. Pasad, está bien eso de tener esteratitopamí, pero la soledad solo se disfruta cuando tienes alguien a quien contárselo.